Cada vez estamos más abiertos a la nueva
consciencia que se hace presente en la crianza de los hijos. Poco a poco vamos
comprendiendo muchas cosas que hace unos años atrás parecían imposibles de
aceptar. Hoy estamos más abiertos a los nuevos paradigmas que traen más paz y más
amor al mundo por medio de una mayor comprensión de lo que un niño necesita
para vivir una adultez feliz en este planeta.
En la antigua consciencia, un niño era
rápidamente sometido a estrictas normas de comportamientos sin considerar sus
sentimientos. No tenía mucha importancia lo que ese pequeño ser pudiera sentir.
Era mucho más importante conseguir que se comportara de cierta manera, de forma
que nadie pudiera poner en duda la competencia de sus padres en darle una buena
educación. Un niño obediente era muy preciado y los padres que lo conseguían
eran considerados muy buenos padres.
Hoy comprendemos que un niño es un ser que
necesita experimentar su vida utilizando sus habilidades innatas, que necesita
expresar sus inclinaciones naturales que los adultos pueden ayudarle a
disfrutar y que es necesario que aprenda a expresar sus emociones, sentimientos
y gustos.
Aun existen muchas aprensiones en cuanto a la
libertad de expresión que un niño pueda llegar a manifestar, porque existe
mucho temor a que el chico se deje llevar por caminos no adecuados para él. Por
alguna razón hemos pensado que un niño no se sabe guiar y que necesita la
urgente guía de los adultos para asegurarse un buen porvenir.
Estamos comprendiendo que todo ser humano nace
con una guía interna que se encuentra muy viva cuando somos niños y que nos
vamos confundiendo a medida que somos “domesticados”.
Si pudiéramos mantener la conexión con nuestra
guía interna hasta la edad adulta, el mundo sería maravilloso. Por eso tiene
tanto valor el hecho de saber acompañar a un niño, sin hacer grandes
intervenciones en su propósito de vida.
Son muchos los ejemplos de padres que he
atendido preocupados porque sus hijos se encuentran muy confundidos y no saben
qué es lo que les sucede. Al analizar la situación del joven (a veces no tan joven) siempre
encontramos algún evento que los alejó de sus propios intereses personales y
fue encaminado por otro rumbo que para los padres parecía más adecuado.
Por ejemplo, algunos chicos tenían preferencia
por la música, el arte o el deporte y fueron presionados para seguir un rumbo
más tradicional que parecía más seguro y más auspicioso para ellos. Al dejar de ejercitar aquellas habilidades
innatas, el joven se siente desconectado de su alma y se siente perdido o
confundido. Por lo general no se sienten capaces de seguir el rumbo que se les
recomendó y lo abandonan, quedando en tierra de nadie, sin saber hacia dónde
ir, sin motivación y desconectados de lo que los hace vibrar.
Otros son capaces de desenvolverse
aparentemente bien, pero en el fondo de su alma cargan con un sentimiento de
que algo les falta, se sienten con un sentimiento de vacío que a veces no saben
de donde proviene.
La obediencia a los adultos no es algo
beneficioso para un niño porque inevitablemente generará desconexión. Este es
uno de los aspectos más difíciles de
aceptar por la sociedad. Sabemos que al soltar las normas mucha gente se va a
desordenar generando un gran caos. Pero tenemos que reconocer que el caos se
presenta solo cuando las personas no saben dirigirse de manera adecuada a sí
mismas.
Si no permitimos que un ser humano pueda
guiarse por sí mismo alineado al orden, al respeto y al amor incondicional,
nunca llegará el momento de relajar las reglas que sostienen el orden social.
Siempre existirá la posibilidad de un caos.
Por eso es tan urgente dar esa oportunidad a
cada niño que llega a este mundo, de que descubra cómo seguir conectado a su
guía superior para que se convierta en un hombre que siembre la justicia, la
verdad y el amor sin importar dónde y con quien se encuentre. Así nunca
necesitará ser controlado o regulado por normas que lo obliguen a mantenerse
dentro de la ley. Lo hará como algo natural, como algo que no puede evitar.
Necesitamos aumentar el grado de confianza en
el ser humano, en su capacidad para cuidarse y cuidar de los demás honrando su
libertad y sus más preciados talentos y habilidades. Si desconfiamos de la
capacidad que tenemos como raza de crear una sociedad más amorosa, seguiremos educando a niños bajo
la represión que genera desconexión, amargura, dolor, sublevación y
violencia.
Es necesario comenzar a manejar nuestra gran
libertad creadora como seres alineados al amor y no alineados al temor.
Patricia
González
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