Unas simples frases, que usamos en
forma cotidiana, pueden hacer la diferencia entre favorecer la sensación de
seguridad, apoyo y atención para con los hijos y la transmisión de inseguridad
o miedo.
Nuestros hijos nacen indefensos y necesitan
de nuestros cuidados y atenciones para desarrollarse de manera apropiada. Pero,
lo que puede ser atención y asistencia, puede transformarse en un traspaso de
nuestros miedos.
Demasiadas veces se escucha a los
padres decir: “te vas a caer”, con la intención de entregar un mensaje de
precaución, pero que finalmente, genera una sensación de inseguridad y temor en
el niño, que hasta ese momento, se desplazaba de manera muy confiada.
Los adultos tenemos una mirada de la
vida muy diferente a la que tienen los niños. Evidentemente que el niño no sabe
de riesgos y no tiene la experiencia para saber cuidar de sí mismo de manera
consciente. Los adultos, que ya han experimentado muchas ocasiones de riesgo,
pretenden traspasar, de manera verbal, esa experiencia al niño con la intención
de evitarle un percance.
El niño, que aprende principalmente
por medio del intento y el ensayo práctico y que además solo desea
experimentar, se encuentra con la frecuente llamada de atención de sus padres
en relación a estas precauciones que le resultan desconcertantes. Su alma le
pide avanzar con la confianza que le es tan natural y sus padres pretenden frenarle
permanentemente anunciando riesgos por todos lados.
¿Será posible llegar a un termino
medio donde exista el sano equilibrio entre permitirle experimentar con
seguridad y evitar detener su experiencia por riesgo?
Los padres, en su afán de cuidar la integridad
del niño, tienden a proyectar todas las precauciones que han podido almacenar
en su mente casi de forma inconsciente, sin advertir que este hábito puede
llegar a generar sensaciones de incertidumbre, vacilación, inestabilidad,
desequilibrio y miedo en el niño. Sensaciones que pueden acompañarlo por mucho
tiempo, en su juventud e incluso en toda su vida adulta.
Los niños que han tenido padres muy propensos
a verbalizar este tipo de mensajes en forma reiterativa, pueden convertirse en
adultos que tendrán algunas pautas y conductas que se manifestarán en forma de inconstancia,
indecisión y titubeo frente a las situaciones que la vida les presente., además
de un miedo que parece no tener fundamento. Muchos de estos sentimientos son
heredados en cada familia casi sin tomar conciencia de ellos.
La trasmisión de miedos se hace tan cotidiana,
que querer no utilizarlos puede considerarse como una muestra de descuido,
abandono o negligencia en cuanto al cuidado de los hijos. Cuando los padres no
se dan cuenta de lo que pueden estar transmitiendo a sus hijos con frases como
estas, las pueden seguir utilizando hasta cuando ellos sean adolescentes o
incluso cuando ya son adultos.
Los niños necesitan experimentar y
sacar sus propias referencias de lo que están viviendo. Ese es el medio que
requieren para reunir sus propias vivencias y aprender a moverse en este medio físico.
Ellos no pueden prepararse para la vida desde una instrucción teórica y mucho
menos si el mensaje está transmitiendo inseguridad.
Los padres tendrán que equilibrar el
esmero por querer protegerlos, con la posibilidad de permitir sus vivencias
físicas de una manera segura. Es un gran desafío, porque la gran mayoría de los
adultos ya tiene a su haber, una gran cantidad de experiencias que le han
parecido riesgosas y quieren evitar que sus hijos puedan correr peligro de
enfermar o dañarse debido a ellas.
Hablando de enfermedad. Muchas veces
hemos escuchado a los padres decir “hace frio, te vas a resfriar”, que corresponde
a la mi misma figura que ya describíamos anteriormente. Una afirmación de este
tipo, no solo desconcierta a los niños, sino que les enseña que el frío les
enferma. Muchos niños enfermizos lo son, precisamente, por este tipo de
mensajes que, sin querer, los padres difunden a las nuevas generaciones.
El frío no es el que enferma.
Enfermamos cuando nos sentimos vulnerables y bajan nuestras defensas. De este
modo, los adultos somos los que traspasamos creencias generadoras de
desequilibrio energético a los hijos sin siquiera darnos cuenta de ello.
Volviendo al tema del cuidado. Se hace
evidente que los padres velarán por el bienestar físico y sociológico de sus
hijos, pero que se tendría que evitar al máximo las afirmaciones que lejos de protegerlos,
les entrega un decreto que se puede cumplir.
Dice la ley, lo que resiste es lo que
persiste. Si te resistes a las caídas, a las molestias, a las enfermedades, eso
será lo que mas se manifestará. Si en cambio, consigues distraer la atención
del niño, retirándolo del peligro y encaminándolo suavemente a un lugar mas
seguro, habrás conseguido rescatarlo, protegerlo y garantizar su bienestar, no
solo de carácter físico, sino que también en el ámbito mental.
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