El
potencial de tus hijos es muy valioso y es importante procurar resguardarlo e
impulsarlo para que florezca. Demasiadas veces no nos damos cuenta de que
estamos actuando en contra de esta finalidad.
Todos
los adultos llevamos el peso de la programación que hemos recibido del medio
que nos rodea y cuando somos padres, transmitimos esas ideas a nuestros hijos
casi sin darnos cuenta de que lo estamos haciendo.
¿Qué
es esa programación?, la programación consiste en todas aquellas ideas que son
compartidas por la sociedad, cuya naturaleza no se relaciona con la verdad de
lo que somos y que sin embargo, las creemos como verdaderas.
Todo
lo que se aleje de nuestra verdadera naturaleza creará una separación de la
Fuente Original y por lo tanto, nos hará sentir miedo. Debido a esto, los
padres, que ya se encuentran muy sumergidos en aquella programación, están
sintiendo miedos internos con mucha frecuencia y transmiten esos miedos a los
hijos en forma consciente e inconsciente.
Muchas
veces advertimos a los hijos, los riesgos de ciertas actitudes o ciertas acciones,
cuando estas no son verdaderamente riesgosas más que en la imaginación. De allí
la importancia de poder tomar conciencia de lo que estamos tratando de transmitir.
Podemos esforzarnos por distinguir si se trata de sabiduría o miedo.
Los
hijos, que por naturaleza desean explorar el mundo que los rodea, no tienen la
experiencia y debido a ello nos sentimos tentados a tratar de vigilar o dirigir
la aventura de sus vidas por medio de la nuestra. Sin embargo, esta actitud
puede estar generando una limitación del potencial que ellos tienen en forma
natural.
No
es tan cierto que los malos resultados que los padres obtuvieron en ciertas
experiencias, puedan también ser obtenidos por sus hijos. Especialmente en esta
época donde existen grandes cambios, donde la modernidad ha hecho que se produzca
una rápida diferencia entre las oportunidades de los padres y las de sus hijos,
es común que estemos consiguiendo limitar más de lo que observamos a simple
vista.
Un
ejemplo se produce cuando los hijos desean seguir un rumbo vocacional que hace
un tiempo atrás era impensado o cuyos resultados fueron poco deseables para la
generación anterior. Recuerdo el caso de una madre que se sentía desesperada
porque su hijo solo quería dibujar y dedicar su vida a eso. Ella pensaba que no
seria posible que su hijo pudiera vivir bien, desarrollarse y ser feliz con esa
vocación.
Esta
madre se resistía fuertemente a esta preferencia y se dedicó, por algunos años,
a combatir esta afición de su hijo, acudiendo con él a distintas partes para
que lo trataran, le hablaran y lo convencieran de que abandonara su amor por el
dibujo y retomara sus estudios formales para dedicarse a otra cosa que fuera
mas rentable y que le asegurara un futuro mejor.
Los
miedos internos de esta madre, provocaron una gran confusión en su hijo, que lejos
de potenciarlo, le hacían sentir inadecuado. Esta situación fue superada cuando
el joven pudo comprender los miedos de su madre.
Esta
situación anterior es evidente y clara. Pero también existen otras menos
evidentes, donde los miedos internos de los padres se encuentran mas
enmascarados. Es el caso de una joven mujer, que al sentir que su vida estaba
estancada, comenzó a buscar las respuestas a esta situación. Estas respuestas
estaban en aquellas emociones de miedo que su madre le trasmitía a diario, con
motivo de cada una de las actividades que ella quería emprender.
La
madre de esta joven, cuyo pasado había sido muy complicado, quería proteger a
su hija de falsas ilusiones, de tristezas y fracasos que fueron sus propias
experiencias de vida en cada emprendimiento que ella hizo en su juventud. La
situación fue superada cuando la joven mujer observó la gran cantidad de miedos
que fueron transmitidos por su madre desde su niñez y que de tanto recibirlos,
ya se habían convertido en una manera de ver al mundo.
No
resulta tan sencilla la tarea de evitar traspasar nuestros miedos a los hijos
para salvaguardar su potencial cuando los tenemos tan incorporados al interior.
Una gran ayuda la obtenemos de los propios hijos. Cuando los escuchamos, cuando
acogemos su punto de vista, cuando consideramos importante lo que nos dicen y
cuando abiertamente nos dicen que estamos afectando su bienestar.
Quizás
no sea posible dejar de trasmitir nuestros miedos a los hijos, pero podemos
estar atentos a la reacción que ellos puedan tener y de acuerdo a esto, hacer
el espacio para abrirnos a nuevas posibilidades. Ellos tienen mucho para
mostrarnos y podemos confiar en las nuevas propuestas antes de negarlas porque
a nosotros no nos resultaron bien o porque nos resultan desconocidas.
El
problema no está en equivocarnos, el único problema se puede presentar cuando
insistimos en que nuestra verdad es la verdad, cuando nos cerramos a lo nuevo,
cuando ponemos nuestros miedos por sobre las nuevas posibilidades, bloqueando el
potencial que los hijos puedan llegar a expresar.
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